Luego de un 2020 complicado y con distintos experimentos literarios respecto a mi último trabajo, ahora sí, publico la versión definitiva de Relatos Peligrosos. No son demasiados cambios, pero ahora siento que está completo y por eso lo presento en forma directa.
Espero que guste, y sobre todo sirva.
Se puede conseguir aqui:
Acompaño el Prólogo que le he hecho al libro Relatos Peligrosos, que considero que es muy especial y recomiendo fuertemente que todos lean
Prólogo
Luego de que la palabra “posverdad” haya sido elegida como la palabra del año 2016, y de que las Fake News se pusieran de moda, han aparecido en el mercado editorial múltiples propuestas acerca de lo que significa estos neologismos y cómo se lo utiliza especialmente en el ámbito político. Muchos libros se están escribiendo sobre sus características, y están intentando definir qué es la “posverdad”, qué es la verdad y qué es la mentira.
Relatos peligrosos, en cambio, no busca contestar directamente esas preguntas, sino que niega la mayor: La verdad absoluta no puede ser conocida. Esto no quiere decir que no exista una realidad, o que no existan cosas materiales concretas o hechos determinados.
Lo que se analiza en este texto es que solo podemos enterarnos de la existencia de esos hechos y de esa realidad a través de una narración que efectúa nuestra mente. Solo entendemos las cosas a través de relatos y los relatos, aunque sean sobre hechos reales sucedidos, no dejan de tener una dosis de ficción, de mostrar solo una parte de la realidad.
La cuestión importante no es si una cosa es verdadera, falsa o posverdadera. Lo importante es determinar si los relatos que nos cuentan y, sobre todo, que nos contamos, son relatos que nos ayudan a funcionar mejor o son relatos que nos perjudican. Estos últimos son los relatos peligrosos que pueden ser relatos manipuladores, perversos o simplemente necios. Relatos que si los creemos y adoptamos a pies juntillas nos harán la vida más difícil.
La herramienta que tenemos para identificar a los distintos tipos de relatos es el pensamiento crítico y este texto es una invitación a utilizar esa herramienta de forma práctica.
A caballo entre el ensayo filosófico y un libro de autoayuda. Relatos peligrosos es un breve texto dirigido a todo tipo de público que nos obligará a reflexionar y utilizar nuestro pensamiento crítico. Luego de su lectura ya nunca más verás al mundo de la misma forma, y tendrás las herramientas para recuperar el control de tus ideas y pensamientos.
Sergio Bulat
Escritor, editor…y tantas otras cosas
El libro lo pueden encontrar aquí
Llega fin de año y de pronto la palabra suerte adquiere una desmesurada utilización. Primero por las tradicionales loterías de navidad, y luego por la suerte que nos deseamos para poder conseguir nuestros propósitos del año entrante.
Mucho se ha discutido y se discute acerca de la importancia de la suerte para conseguir tener éxito o poder realizar nuestros objetivos.
El ser humano tiene la tendencia a menospreciar el factor suerte cuando le va bien y a magnificarlo cuando le va mal. Esta es una reacción natural propulsada básicamente por nuestro ego, pero no por natural es acertada. Cuando triunfamos, tendemos a pensar que es porque hemos hechos las cosas bien, porque somos más listos, porque hemos trabajado más y que la suerte no existe sino que se la crea uno mismo. Cuando nos va mal, solemos agrandar la importancia de la suerte en el resultado, convenciéndonos de que lo hemos hecho bien pero que hemos tenido mala suerte.
Como casi siempre, la realidad suele estar en el medio de estas dos posturas. La suerte siempre es un factor a tener en cuenta, pero también mucho depende de nosotros. Para que quede claro qué es lo que tiene que suceder para que tengamos suerte expongo aquí la
Fórmula de la suerte.
La suerte necesita de tres ingredientes:
1.- Una acción para crear circunstancias que puedan ser favorables
2.- Que las circunstancias se alineen favorablemente
3.- Tener la capacidad de ver y aprovechar esas circunstancias
Sin 1 no hay 2 ni 3; Sin 2 no hay 3; Sin 3 ,1 y 2 son irrelevantes.
La formula de la suerte es 1+2+3. De los cuales 2 es el factor incertidumbre sobre el que no podemos hacer nada, pero 1 y 3 solo dependen de uno mismo.
Veámoslo en un ejemplo sencillo como la lotería:
1.- si no conseguimos el dinero para comprar un billete de lotería, y lo compramos, no podemos tener suerte y ganarla.
2.- Las bolillas tienen que coincidir con uno de los números que hemos comprado. Mientras, más billetes compramos, más posibilidades tenemos
3.- Hay que estar atento al sorteo para ver si sale un número nuestro, para saber dónde guardamos el billete y para tener la capacidad de ir a cobrarlo y disfrutarlo. ¡Cuánta gente habrá ganado la lotería y nunca se enteró porque se olvidó de mirar el resultado del sorteo!
La vida en general no suele ser tan sencilla, pero los principios son los mismos:
1.- Para conseguir lo que queremos (y hasta para saber qué es lo que queremos) tenemos que actuar probando muchas cosas. Mientras más busques más posibilidad de encontrar tendrás.
2.- A veces las circunstancias parecen alinearse y se nos allana el camino. Aparece en el horizonte un tren al cual poder subirnos y llegar a nuestro objetivo
3.- Hay que estar atento a ver venir los trenes, y cuando uno aparece, tener la capacidad y el atrevimiento de subirse a él
Para tener suerte se tienen que dar los tres ingredientes. Tanto 1 como 3 dependen sólo de nosotros, de trabajar para generar circunstancias y de estar formado y tener el coraje de aprovecharlas cuando aparecen. 2 es la parte de incertidumbre de este mundo, no depende de nosotros, pero mientras más hagamos 1 y 3 más posibilidades de que antes o después se produzca 2 y podamos tener suerte.
Así que… ¡A ponerse las pilas, estar atentos y a tener mucha suerte!
Durante el mes de octubre, dos de mis ebooks están siendo promocionados por Amazon.
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He decidido comenzar a publicar algunos cuentos realizados en un taller que me han gustado especialmente. Espero que también sean de tu agrado. Aquí va el primero
SELLO
Compruebo una vez más que todo esté en orden y cierro el pequeño maletín de cuero. Verifico que se pueda leer la palabra “Seals” que está grabada en un costado junto al “Smith” de mi apellido. Lo pongo junto al otro maletín, un poco más grande, que llevó siempre con los papeles del juzgado.
Mi padre decía que lo importante es dar un buen ejemplo. Repetía siempre que las palabras las lleva el viento, pero los ejemplos permanecen, especialmente con los hijos, ellos aprenden de lo que tú haces y no con lo que les dices. Lógicamente, como buen hijo no me importó lo que me dijera y en cuanto tuve edad suficiente decidí conocer y experimentar por mi cuenta.
Sin duda ese ha sido mi momento de mayor libertad. El único en el que me he sentido verdaderamente libre. No tenía ninguna responsabilidad, podía hacer de mi vida lo que quisiera no tenía que seguir ningún ejemplo, no tenía que hacerle caso a nadie.
El futuro no tenía espacio en mi mente, y el pasado no me condicionaba. Me ganaba bien la vida sin pensar en los demás y aprovechando la adrenalina de mi oficio. Vivía el día, el momento, el presente. Un presente experimental, superficial, abierto a lo que pudiera suceder. Solo importaba ese momento, pero era un momento sin sentido ya que carecía de recuerdos y experiencias para compararlo y no tenía la ilusión que brinda pensar en el futuro como para medirlo. Un presente cuyas experiencias pronto supieron a nada.
Toco el pequeño maletín y recupero recuerdos que hacía mucho tiempo había enterrado. Mi adorada Mary, ella fue la que hizo que me asentara y que viera la vida desde otro lado. Pasé a vivir de los papeles y las leyes. ¡Cuanto más difícil es defender la justicia con papeles!, pero era la única forma de tener una familia normal.
Al llegar los hijos, el sello de las palabras de mi padre comenzó a cobrar sentido. Él siempre estaba pensando en el porvenir, planificando con ilusión momentos mejores a la vez que sacaba lo mejor de sus experiencias. Su presente era la simbiosis perfecta entre pasado y futuro. Un presente mucho más gratificante que el que tuve yo cuando era libre.
Entonces no lo entendí, pero al ver crecer a mis hijos fui enseñándoles, mostrándoles lo importante que es ser responsable, lo importante que es vivir con respeto a los demás, lo importante que es mantener la paz y la armonía.
No ha sido fácil hacerlo viviendo en este lugar perdido de Alabama, inhóspito y violento, lleno de odios y prejuicios, pero me he esforzado mucho y me he ganado una reputación de moderación. Lo he hecho por los niños, especialmente desde que muriera su madre. Sólo me tienen a mí y no puedo fallarles.
Cogí ambos maletines y me fui casa. Al llegar pude ver lo rostros de los niños asustados. Tenían miedo por mí y gritaron que me fuera, que era peligroso: Les dije que no se preocuparan que estarían bien. Luego de mostrármelos, el secuestrador los volvió a encerrar en la casa. Era hora de negociar con el psicópata que quería que modificara su sentencia. Le mostré los maletines y le dije que allí tenía lo que me había pedido. Entré a la casa, pude ver que los niños estaban atados entre sí y tirados en el suelo de la cocina, pero ellos no podían verme.
Apoye mis maletines sobre una mesa. El delincuente me pidió que le dejase ver lo que traía. Saqué los papeles de mi maletín de juez y se los pasé. Era el proyecto de una sentencia absolutoria y un salvoconducto para que pudiera pasar la frontera. Sonrió, se creía victorioso. Me pidió que lo firmase y sellase. Le dije que mis sellos, que tanto había defendido en el pasado, estaban en el pequeño maletín con la palabra “Seals” grabada en dorado. Lo abrí con una tranquilidad sorprendente, tenía todo lo que necesitaba, saqué la pistola y, antes de que se diera cuenta, el secuestrador ya estaba herido de muerte.
Mi sello seguía funcionando después de tantos años. No era el ejemplo que hubiese querido dar, pero a veces un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. Liberé rápidamente a los niños. El mayor no entendía cómo su pacífico padre había acabado tan fácilmente con el delincuente. Vi como se acercaba al pequeño maletín y la cara de asombro que puso cuando vio que delante de la palabra “Seals” se había ocultado la palabra “Navy”
Coaching para escribir
Hoy llego un poco tarde a la habitual entrada de los lunes, pero ser padre pesa más que cualquier otra cosa, así que no me lo echéis en cara. Os voy a dejar con una reseña de una relectura que acabo de terminar y que puede ser de interés para todos aquellos jóvenes escritores que empiezan a moverse ahora por el mundillo editorial. No es una obra actual, tiene ocho años ya, pero sigue estando vigente en la mayoría de los puntos que se exponen. En cualquier caso, si queréis saber mi opinión al respecto de este libro, sólo tenéis que seguir leyendo. El viernes volveré con una de esas reseñas perdidas de CH. Buena semana y buenas letras.
Coaching para escribir
Autor: Sergio Bulat
Editorial: Paidós
152 páginas
ISBN: 9788449318795
1ª Edición: Abril 2006
«Porque no se puede enseñar a escribir, pero sí aprender a hacerlo». Bajo esta premisa que le inculcara el director de un taller literario, Sergio Bulat busca dotar a escritores, o a quienes tengan deseos de escribir, de un método que les facilitará evaluar con mayor criterio sus propias obras.
Basándose en la utilización de herramientas y técnicas del coaching, que se utilizan para apoyar a las personas a conseguir lo mejor de ellos mismos, este libro aporta soluciones para que cada escritor logre plasmar sus ideas y sentimientos en el papel.
Además, exhorta a sus lectores/escritores a disfrutar del tortuoso pero gratificante viaje de la escritura, ya que el punto de destino siempre es incierto y no depende de uno.
Esta semana he releído el primer libro sobre coaching (aplicado a la escritura) que llegó a mis manos. La historia de esta obra va inevitablemente enlazada con una época: aquella en la que decidí encaminar mis pasos en el difícil mundo de la literatura y la narrativa de una forma, digámoslo así, más profesional. En ese 2006 tenía una motivación recién reencontrada y acababa de dejar la carrera de psicología para centrarme en escribir mientras subsistía con empleos precarios o que al menos me permitieran seguir manteniéndome con algunos ingresos en tanto que me instruía, escribía y aprendía, algo que aún hoy sigo haciendo. Miro atrás, a ese año, y veo que fue un año exitoso a nivel vital. Entonces conocí a la que hoy es mi esposa y madre de mi preciosa niña, encontré un trabajo en condiciones más que favorables con un salario y una jornada que me permitían explayarme y dedicarme a las letras más de lo que habría esperado tal y como estaba el panorama laboral (recordemos que comenzaba esto de la crisis que llega a nuestros días).
En aquellos días, un libro como el de Sergio Bulat era algo raro; el término coaching aún se estaba acuñando y era completamente desconocido por tierras españolas, se puede decir que todavía se trataba de una prueba de importación de nuestros amigos los americanos. Hoy ya se sabe que hay infinidad de libros sobre coaching, orientados a una u otra materia, pero no he encontrado ninguno como este. Tengo que reconocer que, después de ocho años, el contenido de estas páginas ya no me impresiona tanto como cuando lo leí por primera vez. Entonces yo era un novato que creía que a lo sumo tardaría tres o cuatro años en publicar algo medio decente y luego podría dedicarme a hacerme valer. A la legua se ve que no ha sido así y que aún sigo persiguiendo el santo grial. En cualquier caso, el libro es un buen compendio de herramientas útiles para todo escritor. Sálvense las distancias en el tiempo que han hecho proliferar Internet y las redes sociales como medio de marketing y difusión de las obras y que no se mencionan como tan relevantes en la obra. También el hecho de la crisis que ha hecho que las empresas de nuestro país se encojan sobre sí mismas y teman avanzar, además de hacer de ella la excusa perfecta para ciertas prácticas de dudosa reputación. La misma crisis que, a pesar de llevar el lema del ladrillo bajo el brazo, ha repercutido en sectores como el editorial y no precisamente para su beneficio. Ahora publicar es más complicado que antes. Los monopolios de grandes editoriales han absorbido a otras grandes y medianas editoriales creando empresas editoriales de dimensiones extraordinarias. Cuesta tanto encontrar agente como editor, lo cual ya resulta aterrador. En fin, que el mundo editorial que narra Sergio Bulat en Coaching para escribir ha sufrido una leve transformación a peor, dificultando la labor del escritor y su despegue en el mercado editorial. Por eso tal vez no leí con la misma fruición e interés este libro, o quizá fuese porque por mis manos, desde entonces, han pasado un buen número de otras obras sobre el tema que han hecho que nada de lo que me cuenta sea nuevo e incluso que me parezca escaso. A pesar de todo, ha envejecido bien y es muy recomendable, sobre todo para aquellos que empiezan a moverse en este mundillo, que dan sus primeros pasos, que empiezan a llamar a las primeras puertas y reciben sus primeros rechazos. Sigue siendo un buen libro de apoyo y una fuente de ánimo y esperanza.
Víctor Morata Cortado
Dilema de un editor:
Sobre los libros de empresa y sus lectores.
¿Qué es lo que hay que editar: lo bueno o lo que vende?
Todo empezó con una conversación, café por medio, sobre periodismo y publicaciones, sobre calidad de textos, sobre nuevas tecnologías, sobre ventas…
Cuando uno se relaja y está en un ambiente amigable deja traslucir sus emociones. Hay quien sabe captarlas y ahí mismo me pidieron escribir este artículo. Un texto que por un lado mostrara la tristeza del editor que comprueba que la gente no lee lo que debería, y que por el otro contestara a la pregunta de si hay que dejar de editar un libro porque sólo le interese a 500 personas.
Ser editor de libros de temas empresariales es una bendición. Tener la oportunidad de leer cientos de manuscritos, propuestas y libros publicados en otros idiomas, le brinda a uno la posibilidad de conocer todo el amplio espectro del pensamiento humano respecto a la mejor forma de gestionar las empresas, la propia carrera y la vida en general.
Tener que elegir cuáles de todos esos textos publicar bajo el propio sello editorial es una grata responsabilidad que uno adquiere con los futuros lectores del libro.
Ver como los textos más brillantes, reflexivos y con fundamento venden pocos ejemplares mientras que los textos más livianos y banales, sin una base sólida, se venden como pan caliente, es una gran frustración.
¿Cómo es que una bendición y una grata responsabilidad se convierten en una gran frustración?
¿Quién tiene la culpa? ¿los lectores, los autores o los editores?¿Hay algún culpable?
Veamos primero cual es nuestra realidad.La experiencia muestra que son pocos, muy pocos, los libros realmente serios que logran ser un éxito y que, por lo tanto, la mayoría de best sellers son libros si no malos, al menos no muy serios.
A grandes rasgos, y simplificando mucho a efectos pedagógicos, se pueden dar cuatro grandes situaciones:
1.- Los libros son malos y no venden (la gran mayoría). El autor y el editor de ese libro han hecho mal su trabajo y el público ha reaccionado como corresponde, no comprándolo.
2.- Un libro bueno tiene éxito (la gran minoría). Autor y editor han hecho bien su trabajo y los lectores han respondido coherentemente, comprándolo.
3.- Un libro malo tiene éxito. A pesar de que autor y editor han hecho un trabajo mediocre, el lector lo compra.
4 Un libro bueno, no vende. A pesar de que autor y editor han hecho bien su trabajo, los lectores no responden.
Las dos primeras situaciones no plantean dilemas. Son las otras dos situaciones las que frustran a un editor, y su primer rencor se dirige hacia los lectores ¿Cómo pueden comprar esas porquerías y no comprar lo bueno?
¿Por qué los libros que el editor cuidó con tanto mimo y esmero durante el proceso editorial, y que tienen tanto para contar y ayudar a la gente a ser mejores personas y profesionales, no tienen repercusión, mientras que otros textos escritos por algunos cantamañanas con poco esfuerzo y llenos de consejos de dudosa utilidad, publicados sólo para intentar vender, logran captar la atención del público?
Pero más allá de esa primera reacción, no tiene sentido culpar al lector ya que es el cliente, y se sabe que el cliente siempre tiene la razón. Si compra eso es porque quiere eso. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta ¿Qué hace que un libro sea bueno o malo?
Una vez planteado el problema hay que huir de la dicotomía bueno-malo. La calidad de un libro es una cuestión subjetiva ya que todo libro tiene que ser complementado por el lector. El autor propone una lectura que debe ser aceptada y ampliada por el lector.
Además, todo libro, y en especial los libros empresariales, tienen un propósito concreto, una finalidad, un para qué. Algunas novelas pueden aspirar a ser universales, en el sentido de que le interese a todo tipo de personas, pero un libro de no ficción suele apuntar a un público concreto. Es decir que hay libros que son buenos para determinadas personas, en determinada situación y en determinado momento y malos en otras circunstancias.
La calidad de un libro para el lector no consiste tanto en cómo está escrito, sino en las ideas, sentimientos, reflexiones o emociones que le despierta y ahí los editores no tenemos mucho que decir, podemos entrar en el texto (en su fluidez, en su estructura y facilidad de lectura), pero no en la forma en que el lector lo complementará.
Si esto es así, quiere decir que la culpa de mi frustración es sólo mía. Si un libro se vende mucho es porque le ha servido a mucha gente. Si yo considero que ese libro es malo tal vez es simplemente que ese libro no es para lectores como yo, sino para otro tipo de lectores que lo consideran bueno.
Pessoa decía que “el error central de la imaginación literaria consiste en suponer que los otros son como nosotros” así que si un libro que considero bueno no vende es porque estoy extrapolando mal.
Pero esta clasificación de la bondad de un texto en base a las ventas o la popularidad que tiene no me deja satisfecho, puesto que existen muchas razones por las cuales un libro se vende o no, más allá de su calidad intrínseca.
Recuerdo que, por su propia esencia, algo que sea popular o masivo tiene que ser mediocre. Algo muy avanzado no puede ser entendido instantáneamente por las grandes mayorías. Las grandes mayorías sólo entienden lo que es de calidad media para abajo, aunque lógicamente, lo que hoy es avanzado puede llegar a ser popular en algún tiempo, pero nunca al momento de su lanzamiento.
¡Cuántos artistas y pensadores han muerto incomprendidos por ser demasiado avanzados! Pero es así como evoluciona la humanidad. Un grupo de vanguardistas explora los límites en busca de un hueco y luego que lo descubre, algunos divulgadores avivados -utilizando un lenguaje carente de aristas, simplificado en demasía para las masas- lo convierte en popular, en mediocre.
Siempre he estado en contra de las jergas específicas de las profesiones que excluyen a quienes no son del grupo, pero esto no se combate con excesivas simplificaciones del lenguaje ya que estas nos pueden llevar a perder la capacidad de razonar adecuadamente. George Orwell decía que “el pensamiento tonto ha llevado a usar un lenguaje impreciso y ese lenguaje descuidado ha hecho más fácil tener pensamientos tontos”.
He ahí el quid de la cuestión. Desde el punto de vista del negocio editorial, lo ideal sería tener sólo esos repetidores del talento ajeno, utilizando simplificaciones distorsionantes, ya que solo con los vanguardistas no hay negocio que sobreviva.
Pero sin vanguardistas y sin un texto sencillo pero refinado, no hay evolución del pensamiento, ni del negocio, ni de la especie humana.
El dilema del buen editor tal vez se resuelva publicando una reducida cuota de vanguardistas que vendan poco, pero que nutran de material a la horda de divulgadores que vayan luego tras su estela y que sean estos quienes permitan financiar la vanguardia. Así seguirán surgiendo nuevas ideas y yo evitaré mi frustración. ¡Ya me siento bien, gracias!
Una historia que explica el efecto niebla que nos causan los continuos cambios